martes, 30 de octubre de 2007

UNO

El timbre sonó cuando yo me había ya acostado. Me puse un saco de sudadera y las pantuflas y, precedido por el gato, bajé las escaleras para saber de quién se trataba.

—Quiéeen…

—Soy yo. Abra la puerta, Tuco.

Desde que lo vi supe que había pasado algo. No es que fuera una costumbre que Sandro llegara a mi casa cuando ya me había metido en la cama. De hecho, dado que desde hace ya años tengo la costumbre de acostarme temprano, es bastante probable que cuando uno de mis amigos activos aparezca yo tenga que medio vestirme para bajar en medio del frío y abrir la puerta. No es que llegara herido o visiblemente molesto por algo. Nada, simplemente estaba ahí, después de las nueve de la noche, parado, seco, en frente de mi puerta, esperando que lo hiciera seguir, con cara de “Óigame un rato”.

—¿Ya estaba acostado? Qué pena.

—Jar jar. Qué le pasó…, viene con cara de problema.

Sandro franqueó la puerta tan pronto como yo me retiré del umbral y dio los tres pasos que lo separaban del sofá como si se le hubiera caído algo. Al final, el que se dejó caer fue él. Así nada más. Después de hacerme a un lado, me puse lúcido y sólo me quedé ahí, cara de palo y en silencio. Él, aún en silencio, después de un rato de quietud y mirada en el vacío, esa mirada de “mierda, y ahora qué”, quitó al gato con una mano, se llevó las dos a la nuca y clavó los ojos en el techo. Más de lo mismo. Sólo faltaba que prendiera un cigarrillo. Se lo ofrecí.

—No, Tuco, gracias. ¿Sabe que ya no fumo?

—Y eso desde cuándo... la última vez que nos vimos no solamente se tomó hasta el agua del florero sino que además prendía cada cigarro antes de apagar el anterior…

—Ah, eso era antes —soltó, como si la cosa estuviera muy clara, y me dejó caer una mirada obvia.

—Antes de qué, huevón, ¿usted en qué anda?

—Tuco, hermano… —hizo una pausa y me miró fijo: me voy a casar.

***

Lea la siguiente entrada: DOS.

1 comentario:

Wilson Fernando Torres dijo...
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