martes, 30 de octubre de 2007

(ANGELITA)

Angelita es muy blanca y tiene el pelo oscuro, casi negro. Más delgada que voluptuosa, tiene sin embargo el cuerpo perfectamente dibujado. Sus redondeces son redondas y sus larguras, largas. Se eleva lo que se debe elevar, y cae lo que debe caer. Como su pelo, que lleva largo sobre los hombros las más de las veces, perfectamente cepillado para que brille como si acabara de salir del huevo. O sus piernas, que se extienden diáfanas desde un culo discreto pero rotundo, hasta la tierra firme. Como si fuera poco, tiene un encantador lunar, discreto pero muy definido, en el nacimiento de la teta izquierda, al occidente del corazón. Sandro no puede dejar de verlo cuando visita la tienda.

Angelita casi siempre lleva accesorios —bufandas, abrigos, botas, sombreros, pendientes— que le dan un carácter un poco más conspicuo que el de quienes la rodean, otras mujeres casi siempre, y que la hacen la favorita de los ojos. Los de los hombres y los de las mujeres, quienes la odian o la aman. La odian porque ellas no pueden verse como un Modigliani cuando se desnudan, o la aman porque reconocen finalmente la candidez que habita cada uno de sus gestos y de sus intenciones.

Efectivamente, no tenía novio cuando conoció a Sandro. Pero la noche de su cumpleaños sí iba a estar acompañada. Tenía una cita con su último amante, que la dejó plantada a última hora y por última vez por tener algún compromiso con su esposa. Y es que así fueron hasta Sandro la mayoría de hombres de Angelita: comprometidos con otra mujer. Su particular atractivo siempre fue un imán para tipos que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por ella, pero sólo hasta que timbrara su celular. Luis Eduardo, el último, tenía planeada una noche de comida y baile para el cumpleaños de Angelita —en eso también había sido sincero—, incluso dos días en un lujoso y discreto hotel cerca de Bogotá, pero su mujer tuvo que regresar un par de días antes de su viaje de negocios y al carajo los planes para la celebración del cumpleaños.

Angelita pasa muchas horas detrás del mostrador de su tienda de video: recibe a los clientes —todos ya asiduos y bien conocidos en sus particularidades y en sus gustos— que vienen a cargar sus memorias con las últimas colecciones de películas, nuevas y viejas, para llegar más tarde a sus casa reproducirlas en sus sistemas de video. Se trata de un trabajo sencillo que Angelita ha aprendido a desempeñar con precisión y algo de calidez sin esforzarse demasiado. Atiende, además, las tres mesas y la greca que completan el negocio, que cada vez parece funcionar mejor gracias al completo surtido del lugar y del cumplido servicio de domicilios con el que malcría a sus clientes. Le gusta acostarse tarde y levantarse temprano, hace los números cumplidamente antes de abrir en la mañana, y cuida con esmero el acuario –pasatiempo heredado de su padre— que adorna una de las paredes del local.

***

Vuelva a TRES.

2 comentarios:

Pilar Álvarez dijo...

feliz cumpleaños, te seguiremos leyendo. (churro)
las niñas de quinto a

Anónimo dijo...

Angelita está buenísima...